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Opinión

Los tiempos del terror y las llaves

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Eduardo Galeano cuenta que en las afueras de La Habana a los amigos se les llama “mi tierra” o “mi sangre”. En algunos lugares de Caracas se les nombra como “pana” o “llave”. También en el Caribe colombiano se usan estos dos últimos nombres. “Pana, por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma”, afirmaba. Llave es por llave; le explicó el poeta Mario Benedetti: “me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron”¹.

En Colombia, los tiempos del terror son un pasado que no deja de pasar. La violencia no cesa y más bien se reconfigura, pero sigue ocurriendo. Llevamos más de un mes de manifestaciones en las calles; mientras la respuesta del Gobierno ha sido una represión contundente contra marchantes y, en especial, contra jóvenes. De día, los gobernantes posan dialogantes y democráticos, de noche desaparecen la muchachada, cometen violencias sexuales y disparan a civiles sin el más mínimo reparo. Las víctimas graban y trasmiten sus propias angustias, las que no se pudieron transmitir en el campo durante los 90.

Mi barrio, en Bogotá, ha tenido un devenir de marchas, manifestaciones artísticas, cacerolazos y encuentros casi que a diario. En el día se escuchan las arengas, los silbidos y aplausos, llegada la noche sobrevuelan helicópteros, las sirenas retumban con fuerza y en el fondo hay gritos. Asusta. Nunca había vivido un momento como el actual. Se habla de un acontecimiento histórico en Colombia y quizá, ojalá que sí, la era esté pariendo corazones. Pero esa cuota de esperanza no deja de ser agotadora; porque cada noche se cuentan más vidas silenciadas, personas desaparecidas, heridas, violentadas en múltiples formas y detenidas arbitrariamente.

Sin embargo, este cansancio emocional que se posa noticia tras noticia, también tiene una página de revés: la amistad y la juntanza. Para apañar tanta sangre y tanto duelo, hay un sinfín de redes se tejen y buscan contener el miedo a la oscuridad —en su sentido amplio—. Surgen lazos o se fortalecen los que estaban, porque si hay algo que el sistema requiere para poder derrotar las luchas es la soledad. Por tanto, lo que ha contenido este llanto amargo de un mes ha sido las y los panas de la vida, de la calle, de la marcha.

El 4 de mayo perdí el manojo de llaves para entrar a mi apartamento y me di cuenta cuando estaba a punto de entrar al edifico. Faltaban 10 minutos para que iniciara el toque de queda que obedecía a una de las medidas para aminorar los impactos del Covid-19 en la ciudad. La calle se iba quedando sola y en lo único que pensaba era que la fuerza pública podía violentarme. Corrí hasta la casa de mi amiga más cercana y allí me prepararon el sofá y un té caliente. Dormí segura, porque el amor protege, aunque no siempre ha podido salvarnos de la violencia.

Esta no es la dictadura de Videla que vivió Benedetti en Argentina; aunque en nuestra “democracia”, en el marco del conflicto armado, doblamos el número de personas desaparecidas del cono sur y, durante los 30 días de paro nacional, llevamos un récord de violencia estatal. Son contextos distintos, pero también aquí y ahora son “tiempos del terror”; y mis llaves —con sus casas— y todas las redes cuidadosas y solidarias, siguen siendo un oasis en este desierto, un amor que cobija, un sofá que descansa.

¹Eduardo Galeano. 2009. En “El libro de los abrazos”.

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