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Opinión

Efemérides de salvación por el día del padre

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El día del padre, invención que permite honrar la paternidad cercana, amorosa y responsable, puede resultar incómodo o triste para algunas personas, ya sea porque no tuvieron progenitores cercanos o porque ha muerto.

En una sociedad machista como la que vivimos no es tan difícil conocer muchas historias sobre padres ausentes, poco amorosos o que abandonaron el barco de la crianza. A mí todavía me cuesta pensar en la paternidad que me tocó. No fue cercana pero tampoco distante del todo. No fue muy cuidadosa pero hubo momentos que me permitieron sentirme arrullada.

Desde niña vi en mi padre un amante empedernido de los libros. Leía durante horas y podía acabar varias lecturas en una semana. También recuerdo que en varias de las hojas amarillas encontré una especie de epitafio: «el libro es mi mejor amigo, lo llevaré conmigo hasta el día de mi muerte».

Mi madre trabajaba en una empresa de libros. Y mi hermana y yo crecimos y vivimos gracias a ellos. Mi papá, por su parte, nos llevó a leer todo el tiempo, bajo un mantra que también yace en un par de contraportadas de textos infantiles: «Apaguen el televisor, abran un libro». Nos daba algo dinero a cambio de leer y, de paso, ganábamos un poco de su amor con lecturas. Así fue hasta la adolescencia.

Crecí y no quise truequiar ni leer por obligación. No suelo tener la disciplina de mi padre ni el amor para llamarles amigos, pero disfruto cuando me dedico a la labor y sufro cuando acabo unas buenas líneas, quedando en orfandad. Aun así, lectura nos sigue uniendo: hay cierta ritualidad cada vez que voy a Cartagena. Vamos al mar, los dos a solas, leemos en silencio y por separado y luego hablamos sobre lo que estamos leyendo; se nos olvida el pasado, lo que sucede lejos de allí y saboreamos la crocancia de unos patacones que llevan sabor a ajo. Siempre lo hacemos.

Hace unos años, lejos de mi familia y en otra ciudad, tuve un recuerdo vívido, pero no estaba segura de si en realidad había sucedido: era una niña de unos 6 años y tuve mi primera crisis de ansiedad. Aunque era buena estudiante, tenía una prueba de castellano y sentía que no estaba preparada. Mi cuerpo estaba sudoroso, lleno de náuseas y una sensación agónica de enfrentar un monstruo. Le conté a mi madre que sí me había preparado para el examen pero no me sentía lista para hacerlo. Mi mamá acudió a mi papá y él me acompañó hasta la escuela y le contó a la maestra lo que ocurría. Dijo que sabía que yo era responsable y por eso se atrevía a pedirle que me aplazara el examen.  Sofía, la profesora, me eximió de la prueba y me obsequió la mejor nota.

Pregunté si esa memoria era real. Él respondió que sí. Agradecí y lloré toda la noche. Este momento era un tesoro.  Tenía algo bello y cuidadoso que recordar de mi padre. Ahora tengo un recuerdo que activó otros y así supe que él había estado —y está— en momentos difíciles. Celebrar este día del padre es aplaudir sus esfuerzos —muchos o pocos— y sus gestos de paternidad; es recordar la salvación de una niña a la que el monstruo no la venció porque su padre luchó contra él y ganó.

Feliz día del padre.

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